viernes, 30 de noviembre de 2018

Las procesiones de San Diego en Alcalá


Arca en la que se conserva el cuerpo de san Diego en la Catedral-Magistral
A diferencia de otras facetas históricas de Alcalá, ampliamente estudiadas y difundidas, existen temas, incluso pertenecientes a épocas recientes, de los que paradójicamente se conoce muy poco, tal como es el caso de las procesiones religiosas. Ya en su día me costó bastante trabajo investigar sobre la Semana Santa alcalaína tan sólo durante el siglo XX, ya que las únicas fuentes que encontré y pude manejar fueron los periódicos de la época, e incluso me resultó imposible dilucidar, hasta preguntando a testigos presenciales, algunos detalles correspondientes a los años de la posguerra. Y aunque desde entonces la situación ha mejorado gracias sobre todo a varios trabajos de Manuel Vicente Sánchez Moltó, aún dista mucho de haber alcanzado unos niveles que se pudieran considerar satisfactorios, por lo que es todavía mucho lo que queda por estudiar.

Por si fuera poco gran parte de los trabajos de investigación publicados, incluidos los estudios monográficos dedicados a algunas cofradías tales como las del Santo Entierro, Jesús de Medinaceli o de los Doctrinos, corresponden a advocaciones de Semana Santa, o de Pasión según la terminología cofrade, siendo todavía menos, salvo en el caso de la Virgen del Val, lo dedicado al resto de las advocaciones incluyendo algunas tan importantes para Alcalá como es la de san Diego.

Si bien está estudiada a conciencia la historia del santo franciscano a lo largo de los siglos, así como los avatares de su cuerpo conservado desde hace casi dos siglos en la Catedral-Magistral, no ocurre lo mismo con su culto, sobre todo a partir de la desamortización que exclaustró en 1836 a la comunidad franciscana que lo custodiaba y de la posterior demolición del convento entre 1860 y 1862, de la que no se salvó ni su propia capilla pese a su gran valor artístico.

Así pues, y a la espera de poder consultar los periódicos de la época, la información de que dispongo es la que proporcionan Pablo Cano en su libro1 sobre el convento de San Diego y en su artículo2 sobre el patrimonio perdido de la Catedral-Magistral; Manuel Vicente Sánchez Moltó en dos artículos dedicados a las cofradías alcalaínas en 17703 y 19024 y un tercero al sepulcro de san Diego5; Antonio y Miguel Marchamalo en su libro6 dedicado a la todavía Iglesia Magistral, y algunos datos puntuales más que reseñaré en su momento.

El desaparecido convento de san Diego según el dibujo de Valentín Carderera
La cúpula situada a la derecha de la iglesia corresponde a la capilla del titular
Según estas fuentes en 1770 existía una cofradía de San Diego asentada en la desaparecida capilla del convento, la cual debió desaparecer con toda probabilidad a raíz de la exclaustración de 1835 que precedió a la conocida desamortización de Mendizábal de 1836, aunque ya en 1809 el convento de San Diego había sufrido una primera exclaustración decretada por José Bonaparte que motivó que su cuerpo fuera trasladado en procesión a la Magistral el 22 de octubre de ese mismo año, retornando a su convento una vez terminada la Guerra de la Independencia.

Un segundo traslado san Diego a la Magistral, en esta ocasión con carácter definitivo, tuvo lugar el 29 de diciembre de 1835 a causa de la citada exclaustración. Según Sánchez Moltó ésta se realizó sin ceremonia alguna, quedando depositado su cuerpo en la capilla de la Asunción. Esta capilla, hoy desaparecida, estaba situada en el lado de la Epístola -el de la sacristía- de la girola, y fue demolida de forma injustificada, junto con otras, durante la restauración de Cabello Lapiedra de principios del siglo XX.

Antes de seguir adelante es preciso recordar que con anterioridad al traslado de 1835 el arca que contenía, y contiene aún hoy su cuerpo estuvo depositada en el interior de un sepulcro de piedra -las diferentes fuentes no se ponen de acuerdo sobre si era de mármol o de jaspe- de notable valor artístico. Este sepulcro no fue llevado a la Magistral y había quedado vacío en su capilla del convento, pero a raíz de la demolición de éste fue desmontado y trasladado a la iglesia de Jesuitas, que había sido permutada por la desaparecida capilla. La iglesia, que se encontraba en muy mal estado tras mucho tiempo de abandono, fue restaurada instalándose el sepulcro, con muy poco criterio estético, frente al altar mayor, lo que obligó a desmontar el baldaquino original que fue trasladado a su vez a la desaparecida parroquia de Santa María. Aunque la pretensión del arzobispado de Toledo, al que todavía pertenecía Alcalá, era que el cuerpo de san Diego se depositara en la iglesia de Jesuitas, la negativa del cabildo magistral frustró esta iniciativa, de modo que cuando la iglesia fue abierta al culto en 1876 el sepulcro se encontraba vacío.

El sepulcro de san Diego colocado en el altar mayor de la iglesia de Jesuitas (circa 1925)
Volvamos a la Magistral, donde seguía custodiándose el arca, probablemente en su ubicación “provisional” de la capilla de la Asunción, cuando en 1902 se redactó la relación de cofradías reproducida por Sánchez Moltó. En ella figura una hermandad de San Diego fundada en 1855, probablemente sucesora de la anterior, y aunque en el documento original no se cita su sede canónica, Sánchez Moltó apunta que con toda probabilidad debió de ser en la propia Magistral. Poco más es lo que dice la encuesta, salvo que la hermandad contaba tan sólo con 23 miembros y su fin era rendirle culto a san Diego en el día de su fiesta.

Las circunstancias cambiaron radicalmente cuando el mal estado de la Magistral obligó a su cierre el 12 de octubre de ese mismo año 1902, iniciándose una larga restauración que perduraría hasta julio de 1931. Este cierre obligó al traslado del cabildo a la iglesia de Jesuitas, habilitada como Magistral interina, y a este templo se llevó también buena parte del patrimonio artístico de la Magistral incluyendo las reliquias de los Santos Niños, las Santas Formas y el arca con el cuerpo de san Diego, que fue depositada en el interior del sepulcro tras casi setenta años de que éste permaneciera vacío.

De lo que no tengo la menor referencia es de si alguna de estas dos hermandades, la de 1770 y la de 1902, llegaron a celebrar una procesión anual, ya que los únicos datos que he encontrado hacen referencia tan sólo a las procesiones extraordinarias realizadas, por lo general, con motivo de los sucesivos traslados del arca de un templo a otro, tanto los ya citados de 1809/1815, 1835 y 1902 -y no todos, tal como vimos en el caso del de 1835- como los posteriores que describiré más adelante, en las crónicas de los cuales se hace alusión al arca de san Diego pero no a ningún tipo de representación iconográfica suya.

Por lo tanto, tan sólo podemos especular. Respecto a la referencia temporal más cercana, la de 1902, es sabido que entonces no se celebraban el Alcalá procesiones de Semana Santa, ya que éstas habían desaparecido a finales del siglo XIX y no fueron recuperadas hasta 1917. Desconozco si ocurrió algo similar con las demás a excepción de la de las Santas Formas o la del Corpus, pero entra dentro de lo posible que así fuera y, de hecho, el reducido número de hermanos con que contaba entonces la hermandad de San Diego induce a pensar que no tuvieran capacidad para organizarla aunque, insisto, tampoco puedo asegurarlo.

Tampoco existen motivos para suponer que las circunstancias cambiaran sustancialmente durante las casi tres décadas que median entre 1902 y la proclamación de la II República en 1931. Si bien las procesiones de Semana Santa, básicamente reducidas a una procesión general, se mantuvieron durante todo este período gracias principalmente al empuje de la hermandad del Santo Entierro, no ocurrió lo mismo con las cofradías acogidas a otras advocaciones incluyendo la propia de los Santos Niños, existente en 1902 aunque con un número mínimo de miembros y desaparecida en algún momento indeterminado, puesto que fue refundada en 1924. Así pues es probable que la hermandad de San Diego, en caso de sobrevivir, mantuviera una actividad muy baja.

La procesión de san Diego pasando por la plaza de Cervantes en noviembre de 1965
Fotografía publicada por Ramón del Olmo
En julio de 1931 tuvo lugar la inauguración de la restaurada -y parcialmente mutilada, puesto que Cabello Lapiedra se había llevado por delante media docena de capillas- Magistral, lo que motivó un nuevo traslado tanto del cabildo como de toda la imaginería que se había guardado en la iglesia de Jesuitas mientras duraron las obras. El arca de san Diego -no así el sepulcro, que volvió a quedar vacío en Jesuitas- retornó a la Magistral y, como la capilla de la Asunción había sido una de las desaparecidas, fue instalada en la de San Ignacio, conocida también desde 1882 como de la Virgen del Val a raíz de que la imagen de la patrona fuera traída de la ermita para evitar profanaciones. Esta capilla es la que actualmente ocupan las imágenes de Cristo Resucitado y de la Virgen de la Salud.

La implantación tan sólo tres meses antes, en abril de 1931, de la II República acarreó un revés para las procesiones, ya que durante los períodos en los que gobernó la izquierda (1931-1933 y 1936) fueron prohibidas las manifestaciones religiosas en la vía pública. Pese a que el gobierno conservador que ocupó el poder entre 1934 y 1935 derogó la prohibición, tan sólo se tiene noticia de que se llegara a celebrar durante este bienio la procesión de las Santas Formas, no así las de Semana Santa ni, casi con total seguridad, ninguna otra. De todos modos, y dadas las circunstancias, no parece probable que aun sin esta prohibición se hubiera celebrado la procesión de san Diego. De hecho ni siquiera en el detallado inventario de la imaginería de la Magistral publicado por Pablo Cano figura ninguna mención a la existencia de una imagen de san Diego, y como cabe suponer el arca se reservaba para ocasiones extraordinarias.

El 5 de marzo de 1936, cuatro meses antes de la Guerra Civil, la iglesia de Jesuitas fue víctima de un saqueo en el que desaparecieron, entre otras obras de arte, los cuadros de Ángelo Nardi que adornaban el retablo. Aunque el sepulcro de san Diego también sufrió daños perdiendo el remate que lo coronaba, un brazo sosteniendo una rosca de pan en recuerdo de un milagro del santo, logró salvarse en su mayor parte.

El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 supuso, como es sobradamente sabido, un durísimo mazazo para el patrimonio religioso complutense ya que, tras quedar Alcalá en la zona republicana, hordas de incontrolados saquearon e incendiaron la mayor parte de los templos de la ciudad. Aunque se pudieron salvar las reliquias de los Santos Niños y el cuerpo de san Diego guardándolos a la capilla del cementerio no ocurrió lo mismo con las Santas Formas, que desaparecieron sin dejar ni rastro, perdiéndose también la práctica totalidad de los objetos artísticos conservados en la Magistral. Dado que el propio edificio quedó muy dañado, una vez concluida la guerra hubo que trasladar de nuevo ambas reliquias a la iglesia de Jesuitas, constituida de nuevo en Magistral interina al ser el único templo de la ciudad que se encontraba en condiciones de poder albergar culto.

De esta manera una vez más el arca de san Diego volvió a estar albergada en el sepulcro, tal como se aprecia en una fotografía, reproducida por José Félix Huerta7, del funeral por las víctimas de la explosión del polvorín celebrado el 18 de septiembre de 1947. Pese a que la fotografía tan sólo abarca la parte inferior del retablo, se pueden apreciar con toda claridad los pilares inferiores que lo soportaban.

Iniciadas las obras de restauración de la Magistral en 1947, hasta 1957 no recuperó su actividad la parroquia aneja de San Pedro, primera y única parte del templo que pudo ser abierta al culto. Un año más tarde, en 1958, el cabildo se trasladó a la iglesia del convento de las Úrsulas llevando allí en procesión a la nueva imagen de la Virgen del Val, las reliquias de los Santos Niños -cabe suponer que también sus nuevas imágenes, aunque Sánchez Moltó no las cita- y el arca con el cuerpo de san Diego. Una vez más el sepulcro volvió a quedar vacío en el retablo de la iglesia de Jesuitas, a la que a su vez se trasladó la parroquia de Santa María cuyo templo, muy dañado por el incendio de julio de 1936, fue demolido en su totalidad a excepción de la torre, el muro del ábside y el conjunto de capillas laterales conocido actualmente como la Capilla del Oidor.

En 1963 se abrió parcialmente al culto la propia Magistral, en concreto la parte correspondiente al presbiterio, la girola y el crucero mientras en el resto del templo -las tres naves y la mayor parte de las capillas laterales-, dividido por un tabique, continuaba la restauración. Ese mismo año pudo retornar a ella el cabildo, trayéndose consigo -desconozco si en procesión- las reliquias de los Santos Niños y el cuerpo de san Diego. Las primeras quedaron depositadas en la cripta, su ubicación original, mientras el arca de san Diego fue colocada provisionalmente bajo la mesa de altar del presbiterio, lugar en el que permaneció hasta que en 1973, una vez concluidas las obras de restauración y derribado el tabique, fue trasladada a la capilla en la que hoy se encuentra.

La imagen de san Diego de la Catedral-Magistral en la procesión del Corpus de 2016
Peor suerte le cupo al sepulcro. El traslado a la iglesia de Jesuitas de la parroquia de Santa María hizo necesaria una restauración en la que se planteó la retirada del sepulcro de san Diego y la reposición del baldaquino. La iniciativa estaba justificada dado que así se recuperaba el diseño original de la obra del Hermano Bautista, y el sepulcro fue desmontado entre los meses de noviembre y diciembre de 1958. Según Sánchez Moltó se descartó la idea original de trasladarlo a la capilla de la Magistral elegida para albergar el cuerpo de san Diego dado que su tamaño era excesivo, y al no encontrársele una ubicación alternativa sus piezas acabaron abandonadas sin que haya sido posible dar con su paradero. Triste e inexplicable final para una importante obra de nuestro patrimonio artístico que no fue víctima de disturbios, guerras civiles ni catástrofes de ningún tipo, sino tan sólo de una injustificable incuria en unos tiempos, paradójicamente, en los que se potenciaba todo lo relativo a la religión.

En noviembre de 1963 se cumplía el quinto centenario de la muerte de san Diego. Guardo recuerdos muy difusos de su celebración, tales como cuando en el colegio de monjas al que asistía “amenazaron” con llevarnos a ver su cuerpo que, de manera excepcional, se mostraba a la veneración de los fieles; por fortuna para mí -de niño era muy impresionable-, finalmente los más pequeños pudimos librarnos de pasar por el mal trago. Sin embargo, no me acababan de cuadrar las fechas; gracias a unas fotografías publicadas por Ramón del Olmo8 y a los textos que las acompañan descubrí que lo que yo recordaba de forma tan nebulosa había sido la solemne celebración, entre los días 4 y 12 de noviembre de 1965, de una novena en su honor como clausura del citado quinto centenario... dos años más tarde, o bien con uno de retraso si consideramos que estos actos suelen prolongarse a lo largo de doce meses. En cualquier caso esta fecha cuadra mejor con mi propia cronología, ya que no es lo mismo recordar un acontecimiento con cinco años recién cumplidos, que con siete.

Según el texto que acompaña a las fotografías durante estos días el cuerpo de san Diego permaneció en el convento de clarisas del que es titular, siendo trasladado en procesión desde la Magistral hasta las Diegas y una segunda, al término de la novena, de vuelta a la primera. Como se puede comprobar en la que reproduzco, tomada en la plaza de Cervantes, fue la propia arca la que participó en la procesión, sin ninguna imagen acompañándola.

A partir de este momento ya puedo apoyarme en mis propios recuerdos para afirmar que no había procesión alguna para conmemorar su aniversario. Tampoco existía ya la hermandad al menos desde después de la Guerra Civil, aunque ignoro si la existente en 1902 desapareció víctima, como otras, de este conflicto o si, por el contrario, ya lo había hecho con anterioridad, como sospecho. Tampoco puedo afirmar con precisión si durante los años 60 y 70 se mostraba su cuerpo el día de su festividad, pero en cualquier caso la celebración tenía un perfil muy bajo y no iba más allá de unos sencillos actos litúrgicos.

Procesión de la nueva imagen de san Diego en noviembre de 2018
Un nuevo vínculo de san Diego con Alcalá surgió a raíz de que en 1968 se le dedicara una de las parroquias -las otras fueron las de Santiago, Santo Ángel y San Isidro- que se crearon durante la década de los años sesenta para cubrir las necesidades pastorales de los nuevos barrios. A la parroquia de San Diego le correspondió el barrio de Juan de Austria, y quedó ubicada provisionalmente en los bajos de un edificio de viviendas en la calle Luis de Torres, donde continúa cincuenta años después pese a tener destinado un solar para su templo definitivo en la vecina calle de Felipe II. Influida quizá por el espíritu poco proclive a la iconografía tradicional surgido a raíz del concilio Vaticano II, la parroquia no contó hasta hace relativamente poco con una imagen de su titular, sobre la que volveremos más adelante.

Mientras tanto, poco habían cambiado las cosas en la Magistral. Aunque en 1985 yo ya le había dedicado un artículo, que fue publicado en Puerta de Madrid, y a partir de entonces este periódico comenzó a darle una mayor cobertura a su festividad, hechos tales como la elección en 1990 de la Institución de Estudios Complutenses del día 13 de noviembre para celebrar su fiesta institucional precisamente en la iglesia Magistral, o la reinstauración un año más tarde del obispado complutense, contribuyeron a potenciar el culto a san Diego hasta niveles difícilmente imaginables años atrás, situación que por fortuna se mantiene en la actualidad.

Sin embargo san Diego seguía sin tener cofradía y tampoco contaba con procesión propia, aunque a partir de 2011 la imagen suya que se conserva en la Catedral-Magistral acompaña a la custodia en la procesión del Corpus Christi junto con las de los Santos Niños y, desde 2018, la de san Félix de Alcalá.

Procesión extraordinaria en conmemoración del 50º aniversario de la parroquia en noviembre de 2018
Fue en la festividad de san Diego de 2017 cuando la hermandad de Cristo Resucitado y de la Virgen de la Salud, que celebra su estación de penitencia el Domingo de Resurrección, hizo pública su decisión de convertir a san Diego en el tercer titular de la misma, con la pretensión de celebrar una procesión en honor del santo. La promesa se cumplió justo un año más tarde, y el 11 de noviembre de 2018 la nueva imagen adquirida por la hermandad, tras ser solemnemente bendecida, salió por vez primera en procesión desde la iglesia de Santa Úrsula hasta la Catedral-Magistral, estando previsto que en años sucesivos el lugar de partida vaya rotando entre los distintos conventos franciscanos de la ciudad.

Tan sólo una semana más tarde, el 18 de noviembre de 2018, la parroquia de San Diego celebró su quincuagésimo aniversario con una procesión extraordinaria de la imagen de su propiedad, que recorrió por vez primera las calles de su circunscripción.

Así pues, poco a poco el culto a san Diego ha ido alcanzando en Alcalá la relevancia que se merece.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Reflexiones sobre los Carteles de Semana Santa


Desde que en 1988 Luis Alberto Cabrera nos regalara con una magnífica fotografía del Cristo de los Doctrinos, la Semana Santa complutense se ha ido enriqueciendo año tras año con una extensa colección de carteles oficiales a los que hay que sumar también los editados por las diferentes cofradías.

Aunque resulte incompleto voy a referirme tan sólo a los carteles oficiales, treinta y uno en total contando al de 2018. La razón de no hacer lo propio con los de las cofradías, muchos de los cuales son asimismo excelentes, se debe fundamentalmente a dos razones: la primera a que el artículo se alargaría demasiado, y la segunda a que al ser privativos de cada cofradía resultaría difícil hacer una valoración global, algo que sí es posible en los oficiales dado que éstos representan a la totalidad de la Semana Santa.

En esta treintena larga de carteles han intervenido diferentes fotógrafos, cada uno con su estilo particular y, obviamente, no siempre con la misma calidad artística, aunque una comparación entre ellos nos adentraría en el resbaladizo terreno de la subjetividad. Así pues prefiero evitar este riesgo, no porque mis criterios artísticos y estéticos no puedan ser tan buenos como los de cualquiera, sino por algo tan sencillo como que los gustos varían mucho de una persona a otra y lo que me consta, en definitiva, es que sus autores pusieron toda su ilusión y todo su buen hacer en ellos, que no es poco.

Pero renunciar a las valoraciones estéticas no impide en absoluto hacer un análisis de sus temáticas, algo muy distinto y mucho más objetivo. Aunque en todos los casos excepto en uno, el de 2008, estaban directamente relacionados con la Semana Santa complutense, algo que considero fundamental por tratarse de un eficaz medio de promoción, los carteles pueden clasificarse en dos grupos en función de que el cartel esté protagonizado o no por alguno de los pasos -veinticinco- o de las imágenes -treinta y seis- que conforman el patrimonio iconográfico de nuestra Semana Santa, sin contar aquéllas otras que, por una u otra razón, no intervienen en los desfiles procesionales.

Evidentemente renunciar a reproducir sus fotografías en los carteles oficiales resultaría absurdo, algo que entendió en su momento la Junta de Cofradías acordando, no sé si tácita o explícitamente, dedicar uno de ellos a cada paso o imagen, así como a los que pudieran irse incorporando en un futuro. La norma, escrita o no, se ha respetado bastante bien, de modo que descartando el de 2008, cuyo caso por las razones expuestas me gustaría que no se volviera a repetir, de los treinta restantes un total de veinticinco siguen el criterio apuntado.

Los cinco restantes, por el contrario, reproducen escenas en las que no aparece ninguna imagen. Son, concretamente, los de 1997, 1999, 2006, 2011 y el de este año, 2018. No son demasiados y fueron fruto, aunque no siempre, de concursos convocados por la Junta de Cofradías, mientras los primeros fueron, por lo general, de encargo.

Y ahora viene la pregunta en cuestión: ¿Cuál de los dos criterios es el más adecuado, sobre todo teniendo en cuenta que la elección de un paso determinado resulta incompatible con el espíritu de un concurso? Pues para mí ambos, aunque supeditando el concurso tanto a la inexistencia de pasos carentes de cartel como a circunstancias concretas como ocurrió, por ejemplo, con la coronación canónica de la Virgen de la Soledad.

Una vez aceptada esta prioridad, lo siguiente sería hacer un recuento de los pasos -o imágenes, criterio que no siempre coincide como veremos a continuación- que quedan todavía pendientes, máxime cuando el cartel de este año los ha ignorado de nuevo. Un cartel excelente, dicho sea de paso, pero que en mi opinión no debería haber sido de los prioritarios por las razones anteriormente expuestas.

Así, nos encontramos con que, descartando los pasos y las imágenes que ya tuvieron cartel propio, a veces en más de una ocasión, quedan aún los siguientes:

Comenzando por los pasos titulares, el caso más llamativo es con diferencia el de Nuestro Señor de la Divina Misericordia y las Negaciones de San Pedro, de la cofradía de la Virgen de las Angustias. Pese a ser ya relativamente veterano ya que sus imágenes datan de entre 2008 y 2012, sigue sin aparecer en los carteles oficiales ni como paso completo ni de forma individual, en especial las imágenes principales de Cristo y de san Pedro.

A éste hay que sumar también los Atributos de la Pasión de la cofradía del Santo Entierro, un sencillo paso que procesionó entre los años cincuenta y setenta del pasado siglo y, tras desaparecer, fue reconstruido en 2010, por lo que tampoco es un recién llegado.

Por último tenemos a la Virgen de la Paz y la Esperanza, recién incorporada esta vez sí al patrimonio cofrade complutense -fue bendecida en 2016- como figura principal del futuro paso de palio de la cofradía de Jesús Despojado. Aunque todavía no se ha incorporado a las procesiones de Semana Santa, es intención de la cofradía que lo haga en un futuro.

Un segundo grupo estaría formado por lo que yo denomino imágenes secundarias, bien porque forman parte de un paso de misterio, bien porque son utilizadas por algunas cofradías en procesiones distintas de la suya principal, generalmente un vía crucis o un rosario.

De las primeras podemos resaltar a la Verónica que desde 2009 acompaña al Cristo con la cruz a cuestas del convento de las Úrsulas, segundo paso de la cofradía del Cristo de la Agonía y protagonista en solitario del cartel de 1998.

Al Cristo de la Agonía estuvo dedicado el cartel de 1994, en el que aparecían las tres imágenes que formaban entonces el paso de misterio: Cristo, la Virgen y san Juan. Años más tarde, en 2010, se sumó la de María Magdalena, sin que desde entonces se haya vuelto a dedicar un cartel ni a esta última, ni al paso en su composición actual.

Dos son las imágenes que intervienen, respectivamente, en los vía crucis de las cofradías del Cristo de la Columna y del Cristo de la Agonía. La primera es el Cristo con la cruz a cuestas del convento de la Imagen, y la segunda el Jesús Cautivo -en realidad un Cristo de Medinaceli- del convento de las Úrsulas. A ellas cabría sumar también, si se consolida en años sucesivos, el rosario que celebró en 2017 la parroquia de Santiago con la imagen de la Virgen de la Amargura propiedad de la hermandad del Carmen.

           

El tercer y último grupo estaría constituido por las imágenes que no salen en procesión, lo que no es óbice para que no pudieran ser utilizadas para presidir un cartel de Semana Santa. Para empezar nos encontramos con las magníficas tallas del Cristo del Silencio en su flagelación y de la Virgen de los Dolores y Esperanza, que conservan las Carmelitas de la Imagen en su clausura. Pero no son las únicas, puesto que también están Nuestra Señora del Mayor Dolor y el Traspaso, en la clausura de las Úrsulas; el Cristo Yacente también de las Úrsulas, e incluso varios crucifijos, algunos de valía, repartidos por diferentes templos de la ciudad. 

Y, por último, algunas imágenes de menor tamaño como el Cristo atado a la columna del Hospital de Antezana o la Dolorosa y la Piedad de las Bernardas, aunque desconozco si estas últimas siguen estando en el convento o si, tal como ocurrió con el magnífico Cristo yacente, se las llevaron las monjas cuando se marcharon de Alcalá.


         

Addenda de 2019

El cartel elegido para anunciar la Semana Santa de 2019 fue precisamente uno de los que yo echaba en falta, el dedicado Nuestro Señor de la Divina Misericordia y las Negaciones de san Pedro, lo que me ha obligado a actualizar el artículo. Ante las dos posibles alternativas, corregirlo o incluir una nota aclaratoria, he optado por la segunda dado que respeta la redacción original, complementándola. Vaya mi enhorabuena a la cofradía de la Virgen de las Angustias y a la Junta de Cofradías por su acertada decisión.


martes, 30 de enero de 2018

La Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén


Siempre que me planteo escribir sobre la Semana Santa alcalaína me suelo encontrar con el mismo problema: encontrar un nuevo enfoque evitando repetir lo que ya había dicho en otras ocasiones. Sin embargo en esta ocasión, y gracias a la conversación que mantuve con un miembro de una de las cofradías penitenciales, di al fin con el tema que hasta entonces había estado buscando sin éxito, por lo que muy gustosamente me pongo en faena.

Para empezar, conviene dejar claro que, si bien la Semana Santa de Alcalá ha experimentado una indiscutible mejora en los últimos años hasta alcanzar unos niveles muy dignos, cometeríamos un grave error durmiéndonos en los laureles y considerando que todo está ya hecho. No, ni mucho menos, es mucho lo que hemos avanzado, pero es mucho también el recorrido que todavía nos queda por delante, y sería muy positivo que todos nosotros fuéramos conscientes de ello en lugar de conformarnos con el tópico que tanto hemos oído estos últimos años -discutible, además- de que la Semana Santa complutense es la mejor de la Comunidad de Madrid. Porque aunque lo fuera, no sería suficiente.

Pero vayamos al grano. Ya de por sí es un mérito que, pese a los tiempos de vacas flacas que corren, la Semana Santa alcalaína no sólo haya mantenido su nivel, sino que incluso lo haya incrementado pese a las profundas crisis que han sacudido a algunas de las cofradías. De hecho, en los últimos años han sido dos las nuevas cofradías que se han incorporado a ella, la de Cristo Resucitado y la de Jesús Despojado, lo cual no es poco aunque en el otro platillo de la balanza haya que colocar las crisis de diferente índole por las que han atravesado algunas de las antiguas, las cuales es de desear que se solucionen definitivamente.

Sin embargo, y si nos ceñimos a lo que pudiéramos catalogar como asignaturas pendientes, hay una que aparece a mi modo de entender como prioritaria: la ausencia de una cofradía propia para el paso de la Entrada de Jesús en Jerusalén, o laBorriquilla, si se prefiere su denominación tradicional.

Como es sabido, fueron fruto de sendas iniciativas municipales las adquisiciones de los pasos de Jesús Resucitado en 2004 y de la Borriquilla en 2006, con objeto de completar la Semana Santa con las procesiones de los dos Domingos, el de Ramos y el de Resurrección, la primera de las cuales se venía celebrando ya desde hacía algunos años, aunque sin imágenes, mientras la segunda era inexistente. Y, como suele ocurrir en estos casos, aunque trajo consecuencias positivas creó también unas servidumbres que todavía hoy distan de estar resueltas.

Me explicaré. Para que una procesión se consolide no basta con que ésta se cree ni con que se adquiera un paso nuevo, dado que es fundamental que exista una cofradía u hermandad que se haga cargo de ella. Se puede discutir sobre si es preferible que se cree antes la cofradía, como ha venido siendo lo más habitual, o si por el contrario se puede empezar por la procesión y esperar luego que la cofradía aparezca tal como ha sucedido con la del Resucitado, pero en cualquier caso esta última circunstancia sólo es admisible si se limita a ser una mera fase provisional, porque lo que está claro es que sin cofradía resultaría muy difícil mantener una procesión de estas características con carácter indefinido.

Desconozco si esto se tuvo en cuenta a la hora de adquirir estas imágenes, pero lo cierto es que ha habido que esperar diez años para que una de ellas, la del Resucitado, pudiera contar con una cofradía propia, mientras la otra, la de la Borriquilla, lleva ya once años -serán doce con la de este año- participando en la Semana Santa alcalaína sin tenerla y sin que al día de hoy, por lo que yo sepa, haya indicios de que esta situación vaya a cambiar, al menos en un futuro inmediato.

La verdad sea dicha, y sería injusto no reconocerlo, las cofradías que asumieron la organización por turno de estas dos procesiones cumplieron intachablemente con su responsabilidad, razón por la que no encuentro nada negativo que achacarles... pero, insisto, lo que puede ser aceptable como medida provisional no tiene por qué serlo como fórmula definitiva. Y, aunque el tema de la procesión del Domingo de Resurrección ya está resuelto, todavía queda pendiente la del Domingo de Ramos.

Asumamos, pues, como planteamiento de base, que sería muy conveniente la creación de una cofradía que se hiciera cargo de esta procesión. Pero, ¿cómo debería ser ésta?

Bien, para empezar hay que tener en cuenta que, aunque esté incluida en el ciclo de la Pasión, la Entrada de Jesús en Jerusalén, que éste vendría a ser su nombre oficial, tiene bastante más de advocación de gloria, por usar la terminología cofrade, que de penitencia, dadas sus características particulares; no se trata de una procesión que rememore la Pasión y muerte de Cristo, sino su exaltación jubilosa. Así pues, ha de ser una procesión alegre.

Por otro lado, esta procesión siempre ha estado tradicionalmente vinculada a la infancia en muchos de los lugares en los que se celebra. Así lo entendió la Asociación de los Santos Niños cuando adquirió en 1931 una imagen de la Borriquilla con objeto de procesionarla en la Semana Santa complutense; lamentablemente las restricciones impuestas ese mismo año por la recién proclamada II República, y el estallido cinco años después de la Guerra Civil, truncarían de raíz esta iniciativa, no siendo sino hasta tres cuartos de siglo más tarde cuando se pudo recuperar con una nueva imagen -la primitiva quedó destruida en la guerra- en las condiciones anteriormente expuestas. Es por ello por lo que resultaría muy interesante retomar esta tradición involucrando a los chavales de la Cruz de Mayo, o la nueva Asociación Diocesana de los Santos Niños e incluso a los colegios, tal como se viene haciendo desde hace algunos años con notable éxito, en la celebración de la Reversión de las reliquias de los patronos complutenses.

Es importante, pues, que se constituya una hermandad, o cofradía, de la Entrada de Jesús en Jerusalén, tanto para consolidar la procesión actual como para descargar a las demás cofradías de esta responsabilidad. Pero es todavía más importante, y yo diría que fundamental, para constituir lo que podríamos denominar una cantera, o vivero, de futuros cofrades, dado que ésta sería la puerta de entrada de unos chavales que posteriormente, al crecer y hacerse adultos, podrían enfocar sus inquietudes hacia el resto de las cofradías existentes. Asimismo dado que el resto de las cofradías, excepto la de Jesús Despojado, procesionan durante el resto de la Semana Santa, le resultaría posible contar con cofrades procedentes de éstas, tal como sucede en otras ciudades españolas.

¿Utópico? No menos hubiera parecido, no hace demasiados años, pensar que Alcalá llegaría a contar con diez cofradías penitenciales, y ahí están todas ellas. Y aunque las comparaciones sean odiosas, cabe recordar que no fue hasta la Semana Santa de 2014 -de hecho al escribir la primera versión de este artículo todavía no tenía noticias de su existencia- cuando Madrid pudo recuperar esta procesión, que también había perdido hacía varias décadas, aunque en esta ocasión fue gracias a una nueva cofradía que, pese a su bisoñez, se encuentra hoy perfectamente asentada y cuenta con los excelentes pasos de Jesús del Amor, la Virgen de la Anunciación y San Juan Evangelista. Ojalá nos pudiera servir de ejemplo.